El primer efecto negativo de convivir con precios bajos está en la pérdida de la senda de crecimiento y, por tanto, la dificultad para crear empleo. Las expectativas de mayores bajadas en los salarios y los precios llevan a una caída del consumo y retraso de las decisiones de inversión. Si los consumidores e inversores consideran que los precios continuarán moviéndose a la baja, retrasarán, en la medida de lo posible, sus decisiones de consumo y preferirán el ahorro a la inversión. Se dificulta la obtención de beneficios empresariales, obligando a las empresas a realizar ajustes de costes en su producción que provocan mayores recortes de los salarios e impiden la creación de empleo.
Con esto se forma una parte del círculo vicioso que impide la recuperación de la demanda interna del sector privado. Pero falta una referencia a la demanda del sector público, ya que los recortes de gasto también han afectado a la inversión pública, provocando así los efectos perniciosos de la caída de la demanda interna.
En España, el único efecto positivo del menor crecimiento de los precios lo ha experimentado la demanda externa. La reducción de precios y costes de las empresas ha llevado a aumentos de la competitividad de los productos españoles en el exterior, aumentando así las exportaciones de bienes y servicios y, gracias a ello, se ha impedido una mayor caída del PIB español en estos años de crisis.
En esta situación, ¿qué políticas se pueden aplicar para romper este círculo vicioso? El objetivo inmediato tiene que ser incentivar tanto el consumo como la inversión privadas, y no descuidar el consumo e inversión públicas, necesarios para un crecimiento sostenible de la demanda interna. La política monetaria dentro de la eurozona depende exclusivamente del Banco Central Europeo (BCE). En contra de lo que ocurre con la política monetaria de EE UU, la preocupación máxima del BCE es la estabilidad de precios; pero dado que el nivel de precios de la UEM está en torno al 1%, muy inferior al objetivo establecido del 2%, el BCE mantiene una política monetaria de bajos tipos de interés poco ambiciosa, teniendo aún cierto margen (según muchos expertos) para actuar e incentivar el crecimiento. Pero el problema, además de la obsesión alemana por mantener una inflación lo más baja posible, reside en el diferente comportamiento de la inflación y el crecimiento en los países miembros del euro.
Y es en esto último donde, quizás, esté una de las claves importantes del problema: es difícil aplicar una política monetaria adecuada cuando las necesidades e intereses de los Estados miembros son tan diferentes.
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